miércoles, 7 de noviembre de 2012

Deforestación y degradación del monte


Los montes que existen en la actualidad no son entonces más que los remanentes del monte original luego de haber sido sometido a todos los factores anteriores. La primera pregunta entonces es: ¿qué superficie ocupaba el monte en Uruguay? La respuesta no es sencilla y las estimaciones van desde el 6% al 25% del territorio del país. Si se toma en cuenta que actualmente los montes ocupan alrededor del 3,5% de la superficie total del país (670.000 hectáreas incluyendo los palmares), se parte de que el monte se ha reducido por lo menos a la mitad.
Sin embargo, todo parece indicar que el monte fue mucho más amplio. Esta hipótesis se apoya en dos tipos de formaciones existentes en amplias áreas del país. Los pseudo montes de parque y los "montes de alambrado", normalmente asociados el uno al otro.
En efecto, la mayoría de los pseudo montes de parque están compuestos por una o pocas especies (en particular coronillas, molles y talas) y los ejemplares son añosos (con edades estimadas entre 150 y 300 años). A su vez, en esas mismas áreas es posible observar, contra los alambrados y a la orilla de los caminos, un conjunto de varias especies leñosas mucho más jóvenes. Ambos hechos (la existencia de pocos árboles añosos de pocas especies dispersos en la pradera y la presencia de ejemplares jóvenes de esas y otras especies en las zonas protegidas del ganado), hacen pensar que el área entera estuvo cubierta de monte.
Ejemplos de este tipo existen en todo el país e invitamos a todos a hacer la observación. Uno de los tantos casos donde aún es posible diferenciar claramente entre áreas antiguamente cubiertas por montes y áreas que siempre fueron de pradera es la Ruta 28, que va de Treinta y Tres a Tupambaé, pasando por Isla Patrulla. A lo largo de ese trayecto, es posible adivinar lo que hay en el campo simplemente mirando el alambrado. En efecto, cuando entre el alambrado y la carretera existen árboles y arbustos indígenas, en la pradera siempre hay árboles dispersos y añosos. A la inversa, cuando el alambrado está desprovisto de vegetación leñosa, lo mismo ocurre en la pradera circundante. Ello permitiría concluir que casi seguramente en las áreas del primer caso los montes fueron eliminados, en tanto que en el segundo caso nunca estuvieron pobladas por árboles.
El estudio más exhaustivo sobre el tema de que tenemos noticia (del Puerto, 1987), sostiene que en Uruguay "la superficie de vegetación leñosa habría superado el 25% del área total del país, e incluiría los ambientes serranos de Lavalleja y Maldonado, la región comprendida entre la ruta 7 y los planosoles del Este, la región de quebradas que bordea el basalto desde Masoller hacia el Sur, las cerrilladas de areniscas en Tacuarembó y Rivera, los campos de bochas basálticos en Tambores, el litoral Oeste y Sur-oeste, la cuenca sur del río Santa Lucía (Margat, 25 de Agosto) y otros sitios de menor extensión como Sierra Mahoma, Aceguá, parte de los palmares, etc. Obviamente no se pretende afirmar que estas zonas fueran bosques, pero sí que fueron áreas con una densidad de bosques significativamente mayor que la actual".
En el caso de los palmares, también resulta reveladora la observación de la vegetación entre el alambrado y el camino cuando se la compara con la de los palmares existentes en el campo pastoreado o cultivado con arroz. De inmediato surge la hipótesis muy plausible de que el palmar nunca fue una formación constituida por una sola especie, sino que la palma (de todas las edades) fue un componente (quizá el dominante) de un monte compuesto por numerosas especies, seguramente con distinta composición y densidad, dependiendo fundamentalmente de la humedad en el suelo. En efecto, en las zonas más bajas se percibe (entre el alambrado y el camino) un menor número de especies, fundamentalmente resistentes al exceso de humedad, como el ceibo o el curupí, pero cuando el terreno se vuelve un poco más elevado aparecen las especies típicas del monte como coronillas, arueras, molles, canelones, etc.
O sea que si bien resulta difícil determinar con cierta exactitud el área antiguamente ocupada por montes, aún quedan vestigios suficientes como para poder afirmar que, aunque la pradera siempre ha sido el ecosistema predominante en el país, el monte ocupaba una superficie sensiblemente superior a la actual y que muy probablemente cubría el 25% de nuestro actual territorio, tal como sostiene del Puerto.
Pero la acción del ser humano no sólo ha hecho disminuir sensiblemente su extensión, sino que además ha modificado negativamente la calidad de los montes remanentes en varios sentidos.
Por un lado, son muy escasos los montes que no hayan sido sometidos a operaciones de tala en algún momento. Dado que la mayoría de las especies indígenas rebrotan luego de ser cortadas, lo que se observa en la actualidad es que la mayoría de los montes son de régimen "tallar" (es decir, rebrotes de cepa) y no de régimen "fustal" (o sea, nacidos de semilla). El resultado de este cambio de régimen es que los montes son mucho más bajos y enmarañados que los montes originales.

Pero la corta de árboles no es la única forma en que el ser humano ha modificado la calidad de los montes y los siguientes son algunos ejemplos:
1) La desaparición de franjas enteras en montes ribereños. Tal como se mencionó en el capítulo 2, el mal manejo de las cuencas hidrográficas (desde la deforestación en las cuencas altas hasta las malas prácticas agrícolas), ha llevado a que las barrancas hayan sido erosionadas por las aguas, desapareciendo entonces la franja de especies que se ubican contra el borde del agua.
2) La invasión de especies exóticas. Este es quizá el peligro mayor que ahora enfrentan nuestros montes indígenas. En efecto, numerosos montes del país están siendo invadidos por árboles, arbustos y otras plantas provenientes de distintas partes del mundo. Dado que en su mayoría se trata de plantas muy agresivas y que por no ser nativas no tienen predadores naturales que las puedan controlar, están invadiendo el monte y ocupando el lugar de nuestras especies. Si bien algunas de ellas se limitan a ocupar un espacio más o menos reducido y se integran al ecosistema de manera relativamente benigna (como el caso del sauce llorón, proveniente de Asia), muchas de las demás son extremadamente agresivas. Entre estas últimas se destaca el ligustro, que ha invadido numerosos montes y que es quizá la peor por el hecho de ser de hoja perenne. Pero igualmente agresivas son el fresno, el arce, los pinos marítimo y elliotti, la espina de Cristo, el álamo plateado y el paraíso. A nivel de arbustos se destaca el crategus (cuyas semillas son dispersadas por las aves) y la acacia trinervis, en tanto que las trepadoras invasoras más comunes son la madreselva y la zarzamora. Aunque en forma menos agresiva, hay muchas más especies invadiendo los montes, entre las que se puede mencionar la morera, la palma fénix, la acacia aroma, el laurel comestible, el cotoneaster, el rosal y muchas otras.
3) La desaparición de parte de la fauna. Como ya se ha señalado, el monte no es un mero conjunto de árboles, por lo que la ausencia de parte de la fauna que lo caracteriza constituye también una forma de degradación del ecosistema monte. Las actividades de caza y la proliferación de animales domésticos (gatos y perros) son la principal causa de la desaparición de parte de esa fauna, a la que a veces se suman actividades agropecuarias que la afectan. A su vez, de la misma forma en que la invasión de especies exóticas de flora degradan al monte, también lo hace la invasión de especies de fauna exóticas, tales como el jabalí, que afecta a otros componentes del ecosistema, en particular al carpincho. A esa agresión se suman también los gatos domésticos "asilvestrados", que constituyen un problema para numerosos animales y pájaros del ecosistema monte.
En resumen, las actividades humanas no sólo han reducido al monte en extensión, sino que además lo han modificado y empobrecido sustancialmente en muchos sentidos.
Si bien algo ya se ha ido señalando al respecto, resulta imprescindible identificar las causas presentes que lo continúan afectando negativamente, con el objetivo de detener y revertir el proceso de deforestación y degradación del monte.
En este sentido, lo primero a destacar es que dentro del conjunto de causas, hay algunas que son claramente identificables, en tanto que otras son menos evidentes, pero no por ello menos importantes. A las primeras se las denomina causas directas, en tanto que las segundas reciben el nombre de causas subyacentes.
Por ejemplo, en el caso más común de la corta del monte para la extracción y venta de leña, se puede decir que esa actividad es una causa directa de deforestación y/o degradación de montes. Sin embargo, si se analiza la cadena de causalidades detrás de esa aparentemente sencilla causa directa, se ve inmediatamente que el tema es mucho más complejo. En efecto, para que esa actividad sea posible se requiere, por ejemplo, que haya un propietario de monte dispuesto a cortarlo, que alguien pueda luego transportarlo y comercializarlo y finalmente que haya un mercado consumidor de esa leña. Dado que la tala de monte está prohibida (con algunas excepciones), ello por lo menos implica:
- una situación de penuria económica por parte del propietario del monte, que le impulse a encarar una actividad que sabe es ilegal;
- una similar situación económica de quienes van luego a cortar y transportar esa leña ilegal;
- una falta de control de parte de los organismos encargados de velar por el cumplimiento de las leyes;
- cierto nivel de corrupción a nivel de los funcionarios públicos encargados de fiscalizar el transporte carretero;
- un mercado que prefiere este tipo de leña a la también disponible de eucalipto.
Todas esas condiciones se dan en el momento actual, lo que explica el aumento en la comercialización de leña de monte que se viene experimentando en todo el país, sin que la legislación restrictiva vigente parezca tener ningún efecto para detenerla.
El ejemplo anterior permite ilustrar el tema central de las causas de la deforestación, cuya identificación clara es imprescindible para detener el proceso de degradación de los montes. Sin pretender hacer un listado exhaustivo de todas las causas directas y subyacentes, las siguientes son quizá algunas de las principales:
Entre las causas directas de deforestación y degradación de montes se destacan:
- Eliminación de montes para sustituirlos por praderas para ganadería o por cultivos agrícolas y forestales.
- Pastoreo excesivo o cultivos de arroz en áreas de palmares.
- Tala de árboles para la obtención de madera para leña, carbón y otros usos.
- Inundación de áreas de bosques por embalses de represas hidroeléctricas o de sistemas de riego.
- Construcciones destinadas al turismo en la áreas ocupadas por el monte psamófilo.
- Uso indiscriminado del fuego.
- Invasión por especies exóticas.
- Caza indiscriminada de especies de fauna del monte.
A su vez, las principales causas subyacentes de deforestación y degradación de montes serían:
- Políticas agropecuarias que no toman en cuenta sus posibles impactos sobre los montes.
- Políticas generales que asignan menos recursos a la protección ambiental.
- Legislación forestal inadecuada con respecto al monte indígena.
- Políticas presupuestales en materia de remuneraciones al personal encargado de fiscalizar el transporte carretero.
- Crisis en el sector agropecuario.
- Inexistencia de políticas con respecto a la introducción y utilización de especies exóticas.
- Inexistencia de modelos sustentables de manejo del monte.
- Carencias en materia de investigación sobre usos del monte.
- Malas prácticas agrícolas que degradan cuencas.
- Bajo nivel de conocimiento sobre la importancia del monte indígena.
- Falta de valoración de los bienes y servicios generados por el monte.
- Falta de conciencia y educación a nivel del público sobre el monte indígena.
- Paisajismo basado en especies exóticas y falta de legislación prohibitiva con respecto a especies exóticas invasoras.
Dicho lo anterior, hay que tener en cuenta lo planteado en el capítulo 2 sobre la existencia de distintos tipos de monte y tratar de identificar cuáles son aquellos cuya supervivencia está más en peligro y cuáles los que corren menos riesgo.
De los ocho tipos de monte mencionados (ribereño, serrano, de quebrada, psamófilo, de parque, de mares de piedra, ralo de transición y palmar), los dos que se encuentran en mayor peligro son el monte psamófilo (a punto de desaparecer) y el palmar (que desaparecería a mediano plazo a menos que se asegure su regeneración). Los dos siguientes más amenazados serían el monte de parque (en muchos casos ya desaparecido o transformado en montes cerrados de espinillo), el monte serrano (en particular el pseudo monte de parque que ha quedado del monte original) y el monte de mares de piedra (aunque con áreas protegidas voluntariamente por productores individuales). Finalmente se ubicarían el monte ribereño (más sujeto a degradación que a desaparición), el monte ralo de transición y el monte de quebrada (que es el que se encuentra en mejor condición de todos).

El monte en el desarrollo del país


Un supermercado poco aprovechado
En general, muy poca gente es consciente de la amplia gama de productos que es posible obtener del monte indígena, por lo que gran parte de los mismos no están siendo aprovechados ni suficiente ni adecuadamente. Es importante entonces mostrar tanto la oferta real como la potencial de este enorme supermercado, como manera de comenzar a comprender la riqueza que contiene.

El monte frutal
El monte melífero
El monte fuente de proteínas
El monte proveedor de bebidas
El monte como farmacia
El monte y la industria química
El monte como productor de madera
El monte ornamental
El monte como proveedor de servicios
El monte y la producción agropecuaria
El monte, el agua y el suelo
El monte y el paisaje
El monte y la diversidad biológica



El concepto de "ecosistema monte indígena" resulta útil para comprender que el monte no es simplemente un conjunto de árboles y arbustos, sino un sistema complejo donde una infinidad de seres vivos interactúan entre sí y con un medio físico con determinadas características. Este sistema es el resultado de millones de años de evolución y de la adaptación de todas esas especies en un sistema del que todas se benefician y que por ende se convierte en estable a lo largo del tiempo.
El elemento primordial de todo ecosistema es la energía solar, que posibilita la elaboración de materia orgánica (fundamentalmente en las hojas) a partir del carbono atmosférico y de los elementos inorgánicos que sirven de nutrientes (normalmente extraídos del suelo por las raíces). En general, las únicas especies capaces de aprovechar esa energía para producir materia orgánica son los vegetales y por eso son denominados productores primarios. En el caso del monte indígena, estos productores primarios son vegetales como árboles, arbustos, hierbas, cañas, tunas, helechos, musgos, trepadoras, epífitas, y otras, que en su conjunto sirven de sustento a la mayoría de las demás especies animales y vegetales que habitan el monte.
Los productores primarios tienden a distribuirse en el monte en aquellos sitios que mejor se adaptan a sus necesidades. En el caso de los árboles y arbustos, aquellas especies con mayores requerimientos hídricos (como el sarandí, el sauce o el mataojo) se instalan dentro o cerca del agua, en tanto que las mejor adaptadas a situaciones de escasez de agua tienden a ubicarse en la parte externa del monte (como la aruera, el espinillo o el molle).
Sin embargo, el agua no es el único elemento que determina la distribución de los productores primarios dentro del monte, sino que también resultan determinantes elementos como las temperaturas extremas, los tipos de suelos, la luminosidad, la humedad atmosférica, los vientos. Ello explica que algunas especies subtropicales sólo se desarrollen en el norte del país (como el guayubira, cambuatá, ibirapitá, timbó). También explica que haya especies que necesitan protección contra el exceso de insolación, las heladas o los vientos, sin la cual no podrían sobrevivir.
Todos esos factores, a su vez, determinan la distribución de los vegetales en el plano vertical, donde algunos sólo se establecen en las partes más sombreadas, en tanto que otros requieren de una insolación más intensa. En el caso de estas últimas especies, algunas pueden ubicarse en el medio del monte en caso de que puedan competir en altura con las demás y llegar así a la cubierta superior del monte. Algunas lo hacen por sí solas, en tanto que otras lo hacen trepándose o adhiriéndose a las partes más altas de los árboles para así acceder a la iluminación requerida. En el caso de los arbustos o árboles más pequeños que requieren mucha insolación, normalmente se ubican en la zona externa del monte donde no deben competir por la luz con otras especies de mayor altura.
Esas distintas cualidades de las especies vegetales del monte son las que aseguran la supervivencia del conjunto cuando se producen perturbaciones que lo alteran sustancialmente, ya sean naturales o resultado de la acción humana. Por ejemplo, una perturbación puede resultar de una inundación o un temporal que tira abajo algunos árboles, dejando así un claro en el monte. Un fenómeno similar puede ocurrir por la intervención humana, que corta una sección del monte. Algunas especies (llamadas pioneras) se ven favorecidas por esa perturbación y pasan de ser minoritarias a ser las predominantes en esa parte del monte. Ello se debe a su mayor facilidad para nacer y desarrollarse sin la protección de las demás, en condiciones de exposición a una gran luminosidad, a temperaturas extremas y al viento. El crecimiento de esas especies permite luego que las demás puedan volver a desarrollarse al amparo del ambiente generado por éstas y eventualmente llegar a reconstituir un monte con una composición de especies similar a la que había antes de la perturbación que lo afectó.
Entre esas especies que necesitan del ambiente proporcionado por el monte desarrollado se encuentran muchas a las que rara vez se presta atención, tales como la vegetación del tapiz bajo del monte, o las enredaderas, helechos, musgos, epífitas y parásitas, todas las cuales cumplen funciones tan importantes en el funcionamiento del ecosistema como las que cumplen los árboles y arbustos que caracterizan al monte.
Pero para entender la importancia del conjunto de las especies vegetales del monte es necesario presentar a otros componentes del mismo, que son más abundantes que los propios vegetales, tanto en número de individuos como en número de especies: los representantes del reino animal. Todos ellos se alimentan directa o indirectamente de la materia orgánica elaborada a partir de la energía solar por los productores primarios (los vegetales). Algunos son exclusivamente herbívoros (como los carpinchos o las mariposas) en tanto que en el otro extremo algunos son exclusivamente carnívoros (como los gatos monteses o las arañas), mientras que otros consumen tanto vegetales como animales (como muchas especies de aves, que pueden comer tanto semillas como pequeños insectos).
Hay un conjunto de especies que normalmente no son incluidas dentro del ecosistema monte indígena, como los peces y anfibios (tortugas, ranas, etc.). Sin embargo, el monte no sólo les asegura la conservación de los cuerpos de agua de los que dependen, sino que además les proveen de los alimentos necesarios para su desarrollo y de ambientes adecuados para su reproducción. Son, por ende, tan integrantes del monte como los propios árboles.
Muchas de las especies animales presentes en el monte son vitales para asegurar la supervivencia de los vegetales, por ejemplo, en la polinización de las flores por parte de insectos o pájaros. Ciertas especies de plantas necesitan que algunos animales ayuden en la dispersión de sus semillas, contenidas en frutos que son consumidos por animales que luego diseminan las semillas en sus defecaciones. A su vez, el control de algunas especies herbívoras por parte de las carnívoras evita que las poblaciones de las primeras se conviertan en plagas para los vegetales. Un buen ejemplo en este sentido pueden ser los pájaros carpinteros, que consumen numerosas orugas de especies que se alimentan de la madera de los árboles.
De la misma manera, los vegetales resultan igualmente imprescindibles, no sólo por la alimentación que proveen al conjunto de especies animales, sino también por otra serie de servicios que le brindan. Al amparo de la vegetación del monte numerosas especies del reino animal encuentran oportunidades para anidar o hacer madrigueras, para ocultarse de sus predadores naturales o hasta para trasladarse entre árbol y árbol a través de las enredaderas, como lo hacen muchos insectos.
Finalmente, hay otro grupo de seres vivos que resulta tan importante como los productores primarios y los consumidores: se trata de los descomponedores. Para mantener el funcionamiento del ecosistema, se requiere que los nutrientes extraídos del suelo por los vegetales vuelvan al mismo luego de ser utilizados por los distintos habitantes del monte. Estos nutrientes están contenidos en las distintas partes de los propios vegetales y en los cuerpos y defecaciones de los animales que se alimentan directa o indirectamente de los mismos. Cuando una hoja o rama cae al suelo, cuando un árbol o un animal muere, los nutrientes allí contenidos deben ser devueltos al ecosistema para su reutilización. Los organismos encargados de esta función son los descomponedores, que se alimentan de la materia orgánica muerta, liberando los nutrientes inorgánicos que contienen y poniéndolos nuevamente en el suelo a disposición de los vegetales. En esta tarea colaboran una amplia gama de seres vivos, tales como insectos, hongos y bacterias.

miércoles, 24 de octubre de 2012

La verdad sobre nuevos proyectos en Uruguay 2012 (Aratiri, Rocha, Puerto...

La biodiversidad

La biodiversidad de nuestro planeta se extingue.

La biodiversidad o diversidad biológica es la variedad de la vida. Este reciente concepto incluye varios niveles de la organización biológica. Abarca a la diversidad de especies de plantas y animales que viven en un sitio, a su variabilidad genética, a los ecosistemas de los cuales forman parte estas especies y a los paisajes o regiones en donde se ubican los ecosistemas. También incluye los procesos ecológicos y evolutivos que se dan a nivel de genes, especies, ecosistemas y paisajes.
Los seres humanos hemos aprovechado la variabilidad genética y “domesticado” por medio de la selección artificial a varias especies; al hacerlo hemos creado una multitud de razas de maíces, frijoles, calabazas, chiles, caballos, vacas, borregos y de muchas otras especies. Las variedades de especies domésticas, los procesos empleados para crearlas y las tradiciones orales que las mantienen son parte de la biodiversidad cultural.
En cada uno de los niveles, desde genes hasta paisaje o región, podemos reconocer tres atributos: composición, estructura y función.


La composición es la identidad y variedad de los elementos (incluye qué especies están presentes y cuántas hay), la estructura es la organización física o el patrón del sistema (incluye abundancia relativa de las especies, abundancia relativa de los ecosistemas, grado de conectividad, etc.) y la función son los procesos ecológicos y evolutivos (incluye a la depredación, competencia, parasitismo, dispersión, polinización, simbiosis, ciclo de nutrientes, perturbaciones naturales, etc.)



jueves, 18 de octubre de 2012

El monte serrano en Rocha


Monte serrano de Rocha / Foto: Carlos Calimares


Las sierras de Rocha se caracterizan por la formación del monte serrano, donde las especies vegetales se adaptan a la poca profundidad y fertilidad de los suelos y en donde el escurrimiento de las aguas de lluvia determina que solo las especies adaptadas a tales condiciones logren desarrollarse con éxito.

Algunas de las especies típicas del monte serrano son: coronilla, aruera, tala, canelón, chirca de monte, arrayán, envira, molle, congorosa etc.
El aspecto general es similar a un matorral espeso de tamaño más bien bajo, con árboles y arbustos creciendo entrelazados en medio de rocas y helechos heliófitos.

Características Generales


Se localiza sobre todo en el sur del país y es el segundo en extensión después del monte ribereño.
Se desarrolla en las laderas de sierras y cerros.
En las sierras hay sitios con muchas piedras, asociadas a estrechos cursos de agua.En la zona más baja y húmeda de las sierras están los árboles de mayor tamaño y a medida que se asciende se observa una vegetación más achaparradas, como sé ve en la imagen, redondeadas y cercanas al suelo.

Se forman densos matrorrales con especies como:

  
Coronilla (Scutia buxifolia)Arrayán
(Blepharocalyx salicifoluis)
Tala (Celtis spinosa ) 
La mayoría de las especies del monte serrano son xérofitas, esto significa que están adaptadas a condiciones de déficit hídrico (falta de agua).
Este tipo de monte cumple una función primordial en la conservación de las cuencas hídricas, dado que se ubica en las nacientes de casi todos los cursos de agua que tienen su origen en nuestro territorio. Al ubicarse sobre suelos con pendientes pronunciadas, su presencia contribuye a evitar la erosión.

Algunas especies de aves típicas de este ambiente:

Sabiá (Turdus amaurochalinus)Zorzal
(Turdus rufiventris)
Calandria Común (Mimus saturninus).