Los
montes que existen en la actualidad no son entonces más que los
remanentes del monte original luego de haber sido sometido a todos
los factores anteriores. La primera pregunta entonces es: ¿qué
superficie ocupaba el monte en Uruguay? La respuesta no es sencilla y
las estimaciones van desde el 6% al 25% del territorio del país. Si
se toma en cuenta que actualmente los montes ocupan alrededor del
3,5% de la superficie total del país (670.000 hectáreas incluyendo
los palmares), se parte de que el monte se ha reducido por lo menos a
la mitad.
Sin embargo, todo parece indicar que el monte fue mucho más amplio. Esta hipótesis se apoya en dos tipos de formaciones existentes en amplias áreas del país. Los pseudo montes de parque y los "montes de alambrado", normalmente asociados el uno al otro.
Sin embargo, todo parece indicar que el monte fue mucho más amplio. Esta hipótesis se apoya en dos tipos de formaciones existentes en amplias áreas del país. Los pseudo montes de parque y los "montes de alambrado", normalmente asociados el uno al otro.
En
efecto, la mayoría de los pseudo montes de parque están compuestos
por una o pocas especies (en particular coronillas, molles y talas) y
los ejemplares son añosos (con edades estimadas entre 150 y 300
años). A su vez, en esas mismas áreas es posible observar, contra
los alambrados y a la orilla de los caminos, un conjunto de varias
especies leñosas mucho más jóvenes. Ambos hechos (la existencia de
pocos árboles añosos de pocas especies dispersos en la pradera y la
presencia de ejemplares jóvenes de esas y otras especies en las
zonas protegidas del ganado), hacen pensar que el área entera estuvo
cubierta de monte.
Ejemplos
de este tipo existen en todo el país e invitamos a todos a hacer la
observación. Uno de los tantos casos donde aún es posible
diferenciar claramente entre áreas antiguamente cubiertas por montes
y áreas que siempre fueron de pradera es la Ruta 28, que va de
Treinta y Tres a Tupambaé, pasando por Isla Patrulla. A lo largo de
ese trayecto, es posible adivinar lo que hay en el campo simplemente
mirando el alambrado. En efecto, cuando entre el alambrado y la
carretera existen árboles y arbustos indígenas, en la pradera
siempre hay árboles dispersos y añosos. A la inversa, cuando el
alambrado está desprovisto de vegetación leñosa, lo mismo ocurre
en la pradera circundante. Ello permitiría concluir que casi
seguramente en las áreas del primer caso los montes fueron
eliminados, en tanto que en el segundo caso nunca estuvieron pobladas
por árboles.
El
estudio más exhaustivo sobre el tema de que tenemos noticia (del
Puerto, 1987), sostiene que en Uruguay "la superficie de
vegetación leñosa habría superado el 25% del área total del país,
e incluiría los ambientes serranos de Lavalleja y Maldonado, la
región comprendida entre la ruta 7 y los planosoles del Este, la
región de quebradas que bordea el basalto desde Masoller hacia el
Sur, las cerrilladas de areniscas en Tacuarembó y Rivera, los campos
de bochas basálticos en Tambores, el litoral Oeste y Sur-oeste, la
cuenca sur del río Santa Lucía (Margat, 25 de Agosto) y otros
sitios de menor extensión como Sierra Mahoma, Aceguá, parte de los
palmares, etc. Obviamente no se pretende afirmar que estas zonas
fueran bosques, pero sí que fueron áreas con una densidad de
bosques significativamente mayor que la actual".
En el
caso de los palmares, también resulta reveladora la observación de
la vegetación entre el alambrado y el camino cuando se la compara
con la de los palmares existentes en el campo pastoreado o cultivado
con arroz. De inmediato surge la hipótesis muy plausible de que el
palmar nunca fue una formación constituida por una sola especie,
sino que la palma (de todas las edades) fue un componente (quizá el
dominante) de un monte compuesto por numerosas especies, seguramente
con distinta composición y densidad, dependiendo fundamentalmente de
la humedad en el suelo. En efecto, en las zonas más bajas se percibe
(entre el alambrado y el camino) un menor número de especies,
fundamentalmente resistentes al exceso de humedad, como el ceibo o el
curupí, pero cuando el terreno se vuelve un poco más elevado
aparecen las especies típicas del monte como coronillas, arueras,
molles, canelones, etc.
O sea
que si bien resulta difícil determinar con cierta exactitud el área
antiguamente ocupada por montes, aún quedan vestigios suficientes
como para poder afirmar que, aunque la pradera siempre ha sido el
ecosistema predominante en el país, el monte ocupaba una superficie
sensiblemente superior a la actual y que muy probablemente cubría el
25% de nuestro actual territorio, tal como sostiene del Puerto.
Pero
la acción del ser humano no sólo ha hecho disminuir sensiblemente
su extensión, sino que además ha modificado negativamente la
calidad de los montes remanentes en varios sentidos.
Por
un lado, son muy escasos los montes que no hayan sido sometidos a
operaciones de tala en algún momento. Dado que la mayoría de las
especies indígenas rebrotan luego de ser cortadas, lo que se observa
en la actualidad es que la mayoría de los montes son de régimen
"tallar" (es decir, rebrotes de cepa) y no de régimen
"fustal" (o sea, nacidos de semilla). El resultado de este
cambio de régimen es que los montes son mucho más bajos y
enmarañados que los montes originales.
Pero
la corta de árboles no es la única forma en que el ser humano ha
modificado la calidad de los montes y los siguientes son algunos
ejemplos:
1) La
desaparición de franjas enteras en montes ribereños. Tal
como se mencionó en el capítulo 2, el mal manejo de las cuencas
hidrográficas (desde la deforestación en las cuencas altas hasta
las malas prácticas agrícolas), ha llevado a que las barrancas
hayan sido erosionadas por las aguas, desapareciendo entonces la
franja de especies que se ubican contra el borde del agua.
2) La
invasión de especies exóticas. Este es quizá el peligro
mayor que ahora enfrentan nuestros montes indígenas. En efecto,
numerosos montes del país están siendo invadidos por árboles,
arbustos y otras plantas provenientes de distintas partes del mundo.
Dado que en su mayoría se trata de plantas muy agresivas y que por
no ser nativas no tienen predadores naturales que las puedan
controlar, están invadiendo el monte y ocupando el lugar de nuestras
especies. Si bien algunas de ellas se limitan a ocupar un espacio más
o menos reducido y se integran al ecosistema de manera relativamente
benigna (como el caso del sauce llorón, proveniente de Asia), muchas
de las demás son extremadamente agresivas. Entre estas últimas se
destaca el ligustro, que ha invadido numerosos montes y que es quizá
la peor por el hecho de ser de hoja perenne. Pero igualmente
agresivas son el fresno, el arce, los pinos marítimo y elliotti, la
espina de Cristo, el álamo plateado y el paraíso. A nivel de
arbustos se destaca el crategus (cuyas semillas son dispersadas por
las aves) y la acacia trinervis, en tanto que las trepadoras
invasoras más comunes son la madreselva y la zarzamora. Aunque en
forma menos agresiva, hay muchas más especies invadiendo los montes,
entre las que se puede mencionar la morera, la palma fénix, la
acacia aroma, el laurel comestible, el cotoneaster, el rosal y muchas
otras.
3) La
desaparición de parte de la fauna. Como ya se ha señalado,
el monte no es un mero conjunto de árboles, por lo que la ausencia
de parte de la fauna que lo caracteriza constituye también una forma
de degradación del ecosistema monte. Las actividades de caza y la
proliferación de animales domésticos (gatos y perros) son la
principal causa de la desaparición de parte de esa fauna, a la que a
veces se suman actividades agropecuarias que la afectan. A su vez, de
la misma forma en que la invasión de especies exóticas de flora
degradan al monte, también lo hace la invasión de especies de fauna
exóticas, tales como el jabalí, que afecta a otros componentes del
ecosistema, en particular al carpincho. A esa agresión se suman
también los gatos domésticos "asilvestrados", que
constituyen un problema para numerosos animales y pájaros del
ecosistema monte.
En
resumen, las actividades humanas no sólo han reducido al monte en
extensión, sino que además lo han modificado y empobrecido
sustancialmente en muchos sentidos.
Si
bien algo ya se ha ido señalando al respecto, resulta imprescindible
identificar las causas presentes que lo continúan afectando
negativamente, con el objetivo de detener y revertir el proceso de
deforestación y degradación del monte.
En
este sentido, lo primero a destacar es que dentro del conjunto de
causas, hay algunas que son claramente identificables, en tanto que
otras son menos evidentes, pero no por ello menos importantes. A las
primeras se las denomina causas directas, en tanto que las segundas
reciben el nombre de causas subyacentes.
Por
ejemplo, en el caso más común de la corta del monte para la
extracción y venta de leña, se puede decir que esa actividad es una
causa directa de deforestación y/o degradación de montes. Sin
embargo, si se analiza la cadena de causalidades detrás de esa
aparentemente sencilla causa directa, se ve inmediatamente que el
tema es mucho más complejo. En efecto, para que esa actividad sea
posible se requiere, por ejemplo, que haya un propietario de monte
dispuesto a cortarlo, que alguien pueda luego transportarlo y
comercializarlo y finalmente que haya un mercado consumidor de esa
leña. Dado que la tala de monte está prohibida (con algunas
excepciones), ello por lo menos implica:
- una
situación de penuria económica por parte del propietario del monte,
que le impulse a encarar una actividad que sabe es ilegal;
- una
similar situación económica de quienes van luego a cortar y
transportar esa leña ilegal;
- una
falta de control de parte de los organismos encargados de velar por
el cumplimiento de las leyes;
-
cierto nivel de corrupción a nivel de los funcionarios públicos
encargados de fiscalizar el transporte carretero;
- un
mercado que prefiere este tipo de leña a la también disponible de
eucalipto.
Todas
esas condiciones se dan en el momento actual, lo que explica el
aumento en la comercialización de leña de monte que se viene
experimentando en todo el país, sin que la legislación restrictiva
vigente parezca tener ningún efecto para detenerla.
El
ejemplo anterior permite ilustrar el tema central de las causas de la
deforestación, cuya identificación clara es imprescindible para
detener el proceso de degradación de los montes. Sin pretender hacer
un listado exhaustivo de todas las causas directas y subyacentes, las
siguientes son quizá algunas de las principales:
Entre
las causas directas de deforestación y degradación de montes se
destacan:
-
Eliminación de montes para sustituirlos por praderas para ganadería
o por cultivos agrícolas y forestales.
-
Pastoreo excesivo o cultivos de arroz en áreas de palmares.
-
Tala de árboles para la obtención de madera para leña, carbón y
otros usos.
-
Inundación de áreas de bosques por embalses de represas
hidroeléctricas o de sistemas de riego.
-
Construcciones destinadas al turismo en la áreas ocupadas por el
monte psamófilo.
- Uso
indiscriminado del fuego.
-
Invasión por especies exóticas.
-
Caza indiscriminada de especies de fauna del monte.
A
su vez, las principales causas subyacentes de deforestación y
degradación de montes serían:
-
Políticas agropecuarias que no toman en cuenta sus posibles impactos
sobre los montes.
-
Políticas generales que asignan menos recursos a la protección
ambiental.
-
Legislación forestal inadecuada con respecto al monte indígena.
-
Políticas presupuestales en materia de remuneraciones al personal
encargado de fiscalizar el transporte carretero.
-
Crisis en el sector agropecuario.
-
Inexistencia de políticas con respecto a la introducción y
utilización de especies exóticas.
-
Inexistencia de modelos sustentables de manejo del monte.
-
Carencias en materia de investigación sobre usos del monte.
-
Malas prácticas agrícolas que degradan cuencas.
-
Bajo nivel de conocimiento sobre la importancia del monte indígena.
-
Falta de valoración de los bienes y servicios generados por el
monte.
-
Falta de conciencia y educación a nivel del público sobre el monte
indígena.
-
Paisajismo basado en especies exóticas y falta de legislación
prohibitiva con respecto a especies exóticas invasoras.
Dicho
lo anterior, hay que tener en cuenta lo planteado en el capítulo 2
sobre la existencia de distintos tipos de monte y tratar de
identificar cuáles son aquellos cuya supervivencia está más en
peligro y cuáles los que corren menos riesgo.
De
los ocho tipos de monte mencionados (ribereño, serrano, de quebrada,
psamófilo, de parque, de mares de piedra, ralo de transición y
palmar), los dos que se encuentran en mayor peligro son el monte
psamófilo (a punto de desaparecer) y el palmar (que desaparecería a
mediano plazo a menos que se asegure su regeneración). Los dos
siguientes más amenazados serían el monte de parque (en muchos
casos ya desaparecido o transformado en montes cerrados de
espinillo), el monte serrano (en particular el pseudo monte de parque
que ha quedado del monte original) y el monte de mares de piedra
(aunque con áreas protegidas voluntariamente por productores
individuales). Finalmente se ubicarían el monte ribereño (más
sujeto a degradación que a desaparición), el monte ralo de
transición y el monte de quebrada (que es el que se encuentra en
mejor condición de todos).